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Hallan un nuevo factor asociado al riesgo de padecer COVID-19 grave en personas con obesidad

(Foto: FAPESP/DICYT).
María Gonzalez | Jueves 18 de julio de 2024
Al analizar muestras de pacientes obesos no diabéticos, investigadores descubrieron que los niveles sanguíneos elevados de ácidos grasos saturados causan una preactivación de las células del sistema inmunitario innato.

Cuando estaba empezando la pandemia de COVID-19, un grupo de científicos brasileños demostró en forma pionera por qué la infección que provoca el SARS-CoV-2 tiende a ser más grave en los pacientes diabéticos. Ahora, ese mismo equipo del Instituto de Biología de la Universidad de Campinas (IB-Unicamp) ha descubierto uno de los motivos por los cuales las personas con obesidad que no tienen diabetes o ni siquiera presentan resistencia a la insulina también están sujetas a un riesgo elevado de desarrollar la forma grave de la enfermedad.

“Nuevos experimentos muestran que los mecanismos moleculares son muy distintos en ambos casos”, le revela a Agência FAPESP Pedro Moraes-Vieira, docente del IB-Unicamp, quien coordina este trabajo.

El referido estudio cuenta con el apoyo de la fundación de apoyo a la investigación científica paulista en el marco de dos proyectos y también está vinculado al Centro de Investigaciones en Obesidad y Comorbilidades (OCRC), un Centro de Investigación, Innovación y Difusión (CEPID) de la FAPESP con sede en la Unicamp.

Estos datos se dieron a conocer el pasado 29 de junio, durante un panel dedicado a temas de salud y biomedicina que formó parte de la programación de la FAPESP Week China. También participaron en el mismo Zhang Zhiyong, de la Universidad de Medicina de Guangzhou; Luciana Cezar de Cerqueira Leite, del Instituto Butantan; Xin Jin, científico en jefe de Investigación Científica de la empresa BGI, y Dan Zhang, cofundador de la compañía china Hillgene BioPharma. Los mediadores fueron Xin Jin y Simone Appenzeller, de la Unicamp.

En un artículo científico publicado en mayo de 2020, el grupo de la Unicamp demostró que, en los casos de los pacientes diabéticos infectados con el SARS-CoV-2, el tenor más elevado de glucosa en la sangre es captado por un tipo de células de defensa conocidas con el nombre de monocitos y sirve como una fuente extra de energía que le permite al virus replicarse más que en un organismo sano. Como respuesta a la creciente carga viral, los monocitos empiezan a liberar una gran cantidad de citoquinas (proteínas con acción inflamatoria), que provocan una serie de efectos, como la muerte de células pulmonares. Los investigadores informaron también que en los pulmones de los pacientes con COVID-19 grave, los monocitos y los macrófagos eran las células más abundantes. Y que la denominada vía glucolítica, que metaboliza la glucosa, aparecía bastante elevada en esos leucocitos.

En tanto, el trabajo más reciente, cuyos resultados saldrán publicados en poco tiempo más, muestra que en los obesos no diabéticos el cuadro de hiperinflamación está relacionado con los elevados niveles sanguíneos de ácidos grasos saturados, fundamentalmente un tipo conocido como palmitato. También denominado ácido palmítico, éste es el principal componente del aceite de palma. Y está presente en la carne bovina, en la leche y en sus derivados.

“Mediante experimentos in vitro, observamos que el palmitato promueve una preactivación de las células de la inmunidad innata [la primera que entra en acción frente a una infección]. Éstas quedan entonces en estado de alerta, listas para responder en forma más intensa en caso de detectar alguna amenaza. Cuando infectamos a esas células preactivadas con el SARS-CoV-2, producen una cantidad sumamente elevada de citoquinas inflamatorias”, informa Moraes-Vieira.

En detrimento de la inmunidad

En trabajos anteriores, el grupo de científicos de la Unicamp había observado que, en el contexto del COVID-19, esta “tormenta de citoquinas” producidas por los monocitos y los macrófagos se ubica en la base de dos fenómenos bastante indeseables: la muerte de células epiteliales pulmonares y la disfunción de la respuesta inmune adaptativa, aquella que entra en acción alrededor de dos semanas después de la infección y que está relacionada con la actuación de las células (los linfocitos T principalmente) capaces de reconocer y matar al patógeno en forma específica.

“Cuando cultivamos los linfocitos T en un medio condicionado por monocitos infectados con el SARS-CoV-2, notamos una menor capacidad proliferativa, una secreción reducida de citoquinas inflamatorias y una mayor expresión de una proteína llamada PD-1, cuyo papel consiste en señalarles a los linfocitos T cuándo ha llegado la hora de dejar de responder a la infección. La idea es que esa señalización se concrete al cabo de un tiempo, para que no haya una respuesta inmune exacerbada. No obstante, en el contexto del COVID-19 grave, la PD-1 hace que los linfocitos T dejen de funcionar antes incluso de que esté resuelta la enfermedad, lo cual trae aparejada la puesta en marcha de un proceso denominado agotamiento, que es común en los linfocitos T presentes en tumores, por ejemplo, y que está asociado a un peor pronóstico”, explica el investigador.

“Estos hallazgos nos ayudan a entender por qué las personas con obesidad no diabéticas también tienen una mayor predisposición a desarrollar el cuadro grave del COVID. Por supuesto que éste no es el único factor. Pero estamos aportando un ladrillito más para la construcción de esta historia”, sostiene Moraes-Vieira.

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