El mono es puramente mental y responde a una parte de nosotros que se resiste, porque fumar proporciona alguna forma de satisfacción. Aunque decimos que queremos, en realidad, no queremos.
Tenemos que entender que es el consciente, o parte racional del cerebro, y qué es el inconsciente, o parte condicionada del mismo. Si no entendemos esto se hace difícil dejar de fumar y, si se consigue, hay muchas probabilidades de experimentar mono, o de recaer en algún momento.
El mono es puramente mental, hay una parte de nosotros que se resiste, porque fumar nos proporciona de alguna forma satisfacción.
El supuesto beneficio no es otra cosa que la parte condicionada, o inconsciente, de nuestro cerebro que, por todos los medios, busca las excusas necesarias para mantener su condición ya que responde a un hábito de día tras día y de muchos años.
El cerebro es como un ordenador que contiene un disco duro, con una memoria, que se programa a base de repetición, o por el impacto, o impresión, que causa sobre nuestros sentidos alguna experiencia concreta. No importa si el tabaco te gusta o no. El caso es que cuando repites, una y otra vez, la misma acción, te guste o no, esta, se convierte en una costumbre, después y probablemente, en un hábito y, finalmente, en una adicción.
Las personas experimentamos adicciones muy diversas. La pregunta sería ¿quién no es adicto a algo? Hay personas que dicen ser adictas a todo: el juego, las compras, el móvil, el ordenador, el trabajo, a hablar, a morderse las uñas, a chuparse el pulgar, a tele cinco, al chocolate, a las dietas, a la comida, al deporte, al wasap, a los video juegos, a pasear siempre por una misma calle..... Pero no tenemos voluntad para dejar de hacer lo que hacemos y, habitualmente necesitan ayuda psicológica para dejar de hacerlo.
Esto se debe al mecanismo fisioquímico neuronal y, más en concreto, a las reacciones químicas y neurotransmisoras relacionadas con la memoria. Sin la misma, no seriamos nada. La memoria es necesaria para la evolución de las especies, de la conciencia, o de la vida en sí. Gracias a la memoria podemos decir que somos lo que somos. Sin embargo, tiene dos caras.
Podemos hacer uso de ella como algo constructivo y evolutivo, pero sin el buen uso del razonamiento consciente, la memoria, puede ser algo muy destructivo.
Desde que nacemos y hasta que morimos nuestro cerebro registra, en su disco duro, absolutamente todo estímulo nervioso. Gracias a la memorización de estos estímulos, o impulsos nerviosos, podemos dar nuestro segundo paso, después del primero, tomar algo con nuestras manos y soltarlo, o desandar un camino andado. La memoria nos permite aprender, conservar las experiencias y decidir sobre lo que nos gusta o disgusta. Debido a los registros nerviosos podemos avanzar en la vida, pero también, muchas veces, nuestro pasado nos detiene en un lugar en el que podemos permanecer durante años girando, sin sentirnos capaces de avanzar.
El cerebro es un laboratorio en plena expansión y evolución. El más insignificante estímulo neuronal implica la segregación de una sustancia química neurotransmisora, o neuropéctida. Cuando repetimos una misma cosa, o tenemos un mismo tipo de pensamiento, el cerebro libera la misma sustancia química. Al liberar el mismo tipo de sustancia, una y otra vez, el cuerpo se vuelve adicto a la misma y cuando intentamos cambiar la acción repetitiva experimenta un vacío que, en la mayoría de los casos, es una sensación imperceptible y, si acaso, como una inquietud, o cosquilleo, en el estómago. Ya no recibe la misma señal, el mismo estímulo. Las neuronas encargadas de segregar la misma sustancia, una y otra vez, y los receptores del cerebro acostumbrados a recibirla, dejan de hacerlo. Es entonces cuando inconscientemente sentimos la necesidad de crear una excusa, una justificación, parar volver a hacer lo que siempre hemos hecho. Esto es así para todo, es el modo que tiene de funcionar nuestra cabeza, nos come la voluntad y la capacidad de decidir mediante todo tipo de artimañas y justificaciones. Un asesino en serie, en un momento dado, siente la necesidad de cometer un primer crimen. Cuando lo lleva a cabo, las sustancias químicas, que libera su cerebro, le generan un subidón de tal magnitud que vuelve a sentir la necesidad de experimentar lo mismo, aunque, en el fondo de sí sienta que lo que ha hecho es horrible y suponga su condena. La vida está constituida por una dualidad: el día, la noche, lo femenino, lo masculina, lo alto, lo bajo… y en el cerebro ocurre lo mismo. La dualidad nos permite diferenciar un camino de otro y la razón decidir, optar y avanzar. Pero la razón suele estar condicionada por pensamientos y estímulos de repetición que nos hacen rotar sobre la misma situación, una y otra vez, cometiendo y justificando los mismos errores. Y muy a pesar de saber cuánto nos perjudican tratamos de convencernos de lo contrario buscando algo positivo, o benéfico, en lo que hacemos, aunque después venga el arrepentimiento.
Esto mismo ocurre cuando fumamos. Al principio no nos gusta, nuestro cuerpo lo rechaza. Obviamente el cuerpo es inteligente y sabe que estamos introduciendo un veneno mortal, así que lo desprecia experimentando tos y nauseas. Pero, como sentimos la necesidad de hacernos mayores, insistimos una y otra vez hasta conseguir que el humo pase al interior. Después aceptamos que ya somos mayores y eso nos reconforta. Así que seguiremos fumando hasta el punto de creer que nos gusta, satisface, relaja, etc. Para entonces ya no nos sentiremos con la voluntad, o capacidad, para dejarlo.
¿Cuántos cigarros te agradan, te gustan? Y ¿Cuántos sientes que te intoxican y no te apetecen? Y ¿por qué unos parece supiesen bien y otros nos resultan asquerosos cuando todos son iguales y viene en la misma cajetilla? Entonces ¿a qué se debe esto? Pues depende del momento en el que estás fumando, de cómo camuflas el sabor y de lo que te dices a ti mismo mentalmente.
El humo, en sí, es algo mortal. Si te encierras en una habitación donde hay un solo conducto de aire y, por dicho conducto, en vez de entrar oxígeno, solo entra humo del tabaco que más te gusta ¿qué crees que ocurrirá en poco tiempo? Simple: mueres por asfixia. Eso mismo ocurre en el organismo cada vez que ingerimos un cigarro solo que intercambiamos veneno y oxígeno con lo cual continuamos viviendo pero, cuando has fumado 20 o 30 cigarrillos, claramente experimentas asfixia, depresión en el pecho y, a veces, sientes hasta estar muriendo. De hecho, a lo largo de los años de fumador, se va produciendo una, evidente, insuficiencia respiratoria y una afección en las cuerdas bucales. Te fatigas con facilidad, toses y siente que te falta el oxígeno y tu voz se vuelve más grave. Es cuando la parte de ti que razona sabe que es preciso dejar el tabaco, sin embargo la que lleva años acostumbrada a hacerlo mira al futuro y se dice así misma ¿qué voy a hacer mañana sin un cigarrillo que llevar a la boca? El miedo se apodera de la razón y buscas una justificación para continuar intoxicándote una hora más, un día más, un mes más, un año más… aunque te vaya la vida en ello.
La razón te dice que debes dejar de fumar por tu salud, pero tu inconsciente, tu memoria, tu cuerpo, tu química, te reclama que continúes con lo que llevas años realizando.
En la segunda parte de este artículo te daremos las claves para dar el paso definitivo.